jueves, 1 de agosto de 2013

La cara del que sabe.

La cara del que todo lo sabe.
La cara del que todo lo sufre.
La cara del que sabe que  están insultando a su inteligencia con solo abrir la boca para explicar lo inexplicable.
La cara del que sabe que el lenguaje y la comunicación hablan de nada, que mientras nos lo cuentan con esa sonrisa y esas locuciones tan técnicas y engoladas,  nos están clavando el puñal más hondo y si acaso lo giran un poco cuando está adentro, bien metidito en las entrañas, para cerciorarse de que está en su sitio, en donde tiene que estar, bien adentro, bien anclado. Y ni te muevas no vaya a ser que le den otro poquito.


La cara del que sabe tiene unas medidas de 150 x 130 cm. y está hecho con acrílicos en dos o tres sesiones a base de pinceladas gestuales que no son nada en principio, que solo corresponden a las emociones que están provocadas por la propia actividad, el trance de no poder parar de manchar con la brocha, de arañar con la espátula hasta formar una extructura mas o menos homogénea, creando un campo donde proyectar las imágenes que deambulan por el inconsciente, viendo literalmente caras donde solo hay manchas y brochazos de colores.
 Allá donde "se ven" esas caras hay que complementar sus rasgos con movimientos de espátula arrastrando y pintando directamente con los tubos de oleo o de acrílico.
Esta metodología empleada para pintar un cuadro no es apropiada para reflejar la realidad, no es un registro del mundo visible con un, digamos, estilo propio, es más bien una experiencia artística total, que corresponde  a un flujo emocional que se retroalimenta con cada nuevo gesto empleado sobre el soporte.

Hablando de soporte, la preparación de éste también es muy importante, pues supone la base donde van a ser aplicados, vertidos, extendidos,  los colores, y va a condicionar totalmente la configuración, y la factura final de la obra, de hecho en la fase de preparado del aparejo ya se puede empezar a mezclar pigmentos en polvo y materiales de carga, incluso color, dando en esos momentos previos las primeras trazas de por donde va a discurrir el plan de trabajo. Lo que quiero decir es que las fases de preparación y pintado tienen sus límites bastante difusos e indefinidos y se entremezclan una con otra en una experiencia única e irrepetible, pues cada cuadro es distinto y con el  dominio de las técnicas no es suficiente pues las más de las veces, es el propio cuadro donde te lleva por donde quiere, sin saber el final que va tener, por eso se sufre también durante su realización.

De vez en cuando es necesario parar para respirar, descansar y mirar detenida y profundamente el resultado hasta ese momento y elaborar nuevas consideraciones y estrategias técnicas y, o formales para seguir trabajando, sufriendo, disfrutando.
El cuadro así considerado no tiene un final definido, siempre se le puede añadir algún gesto más aunque no es conveniente abusar y solo la experiencia te va a indicar cuando parar. Un día tras la sesión anterior lo miras dispuesto a añadirle algo y notas que así está bien, que encierra una armonía propia en la que debe permanecer por mucho tiempo, quizá definitivamente. Ahora, el cuadro, empieza otro devenir en busca  de almas que lo admiren o lo reprochen, de retinas que lo miren profunda o fugazmente. Quizás quede olvidado en algún desván  a la espera de ser rescatado para que vuelva a excitar las miradas de los moetales.